sábado, 8 de noviembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 59 a 62 - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

IL CAPITANO
CORAZÓN
Se están movilizando—todos: Amasoides, Madres, soldados de la ORS, adoradores de la Cúpula, incluso un par de niños del sótano y familias que tuvieron que salir de las ciudades y cuarteles generales y puestos de avanzada por el humo.
No hay muchas Fuerzas Especiales restantes, pero, de vez en cuando, una aparece en los bordes, huele el aire, y antes de ser disparado, sale corriendo.
Los sobrevivientes se reúnen en el bosque, a los límites del territorio estéril, que va cuesta arriba hacia la Cúpula, brillando con blancura, y coronada con armas negras y brillantes, su cruz atravesando las nubes oscuras.
Il Capitano está apoyado a ambos lados por soldados de la ORS, que están soportando su peso y el de Helmud combinados. Le duelen los huesos, especialmente las costillas rotas, y tiene la piel túrgida por los moretones y profundas hinchazones. Donde las cuerdas se hundieron en sus muñecas, hay ahora vendajes.
Bradwell le está hablando a un grupo de Madres. Todos se mueven con una intensidad silenciosa, una electricidad silenciada.
Il Capitano está aliviado porque su propósito unificador ya no es matarlos a él y Helmud.
Las Madres han estado organizando la manada. Los sobrevivientes se despliegan en ambas direcciones para rodear la Cúpula.
Y ya eligieron a los que se quedarán—chicos, quienes los cuidarán y aquellos que son más una carga que ayuda. Están alzando un par de tiendas improvisadas para romper con el frío y viento, y allí es donde los dos soldados de la ORS se detienen.
-Esta servirá. –Murmura uno de ellos.
-No voy a ir a una tienda. –Dice Il Capitano.
-¡No voy a ir! –Dice Helmud.
-Señor, nos dijeron que lo instalemos en una tienda.
-No. Me quedo con Bradwell. Él va. Nosotros vamos.
-Nosotros vamos. –Dice Helmud.
-Pero ni siquiera puede caminar, señor. -Dice el soldado de la ORS.
-¡Bradwell! –Grita Il Capitano, rompiendo el silencio.
Bradwell camina hacia ellos. -¿Qué?
-No nos vamos a sentar en el banquillo en esta endemoniada tienda.
-Cap, no estás en ninguna condición de—
-Vamos contigo. Incluso si tengo que gatear, vamos.
-En serio, ni siquiera puedes—
-No voy por las razones que siempre creí que lo haría. Voy porque no te dejaré solo. Somos como hermanos.
-Hermanos. –Dice Helmud.
Bradwell mira las puntas de los árboles atrofiados. –Bueno. –Dice. –Si vas a venir conmigo, quiero que me prometas algo.
-¿Qué? –Dice Il Capitano.
-Si no lo logro. –Dice Bradwell. –Quiero que revises mi corazón.
-¿Tu corazón?
-Sólo asegúrate que ya no esté latiendo. Asegúrate de que ha parado.
-Si mueres ¿quieres que ponga mi oído en tu pecho y me asegure de que tu corazón ya no late?
-Sí. Y lleva a Gorse con su hermana. Eso es lo que quiero, y no me preguntes nada más sobre ello.
-Bueno. –Dice Il Capitano. –De todas formas, no vas a morir, Bradwell.
El aludido no responde. En su lugar, dice. –El viento es fuerte hoy ¿o no?
Il Capitano asiente. –Bastante fuerte.
-Con suerte seguirá así. –Dice Bradwell y se aleja.
-¿El viento? -Pregunta Il Capitano. -¿Estamos hablando sobre el viento?
-El viento. -Dice Helmud.
PERDIZ
ATADOS CON CORDEL
La larga mesa de caoba es en realidad una pantalla. Proyecta un mapa en vivo—la Cúpula en el centro. Perdiz mira la imagen. Pequeños puntos rojos han rodeado la Cúpula, y más están de camino—puntos manan del bosque.
-Está producido con una compilación de varias cámaras que registran movimiento y lo siguen. –Explica Beckley.
-¿Cada punto es un superviviente? –Dice Perdiz. Realmente está pasando. Se da cuenta ahora de que nunca lo creyó por completo.
-Correcto.
Iralene engancha su brazo con el de Perdiz. Él está tan desconectado que el tacto lo sorprende. -¡Hay tantos! –Dice ella.
A Perdiz le golpea el corazón en las orejas. Siente un surgimiento de orgullo. No puede creer que se hayan organizado y juntado así. Se imagina cómo deben de estar sintiéndose Il Capitano y Bradwell ahora ¿Están a la cabeza de esto? ¿Ha pasado a su alrededor? Pero al mismo tiempo, el surgimiento de orgullo cambia rápidamente a miedo. Se están reuniendo porque esperan entrar. Esta no es una misión de buena fe.
Este es el principio de una revolución.
-Tenemos que comunicarnos con ellos. –Dice Perdiz. –¡Sigue habiendo una forma de enlentecerlo todo! Tenemos que hacerlo de forma pacífica ¿Hay noticias de Pressia y Lyda?
-Están de camino. –Dice Beckley.
Pensar en Lyda hace que se le contraiga el pecho ¿Por qué ni siquiera le respondió las cartas? ¿Se desenamoró de él?
-Puedes convencer a Pressia de hacer una tregua. Sé que puedes. –Dice Iralene. –Viene de esa gente. Sabrá cómo comunicarse con ellos ¿no? -Miserables—eso es a lo que Iralene se refiere.
Beckley le está hablando a alguien por su walkie-talkie. -¿Está listo? ¿Aquí ahora?
-¿Qué pasa? –Pregunta Perdiz.
-Espero que no te importe. –Dice Beckley. –Pero tomé la oportunidad de tomar a alguien que podría ser de intermediario.
-¿Intermediario?
-Necesitarás a alguien en el campo que te sirva como mediador. Pensé en la persona perfecta. Alguien que puede parecer… confiable para ellos. –Beckley camina hacia la puerta, la abre, y entra un soldado de las Fuerzas Especiales alto y larguirucho, cojeando sobre una prótesis elegante, la pierna del soldado termina en el muslo.
El soldado mira a Perdiz, y éste lo conoce.
-Hastings… -Trata de ver a su viejo amigo, torpe y fácil de avergonzar. Lo extraña.
-Perdiz Willux. –La voz de Hastings es más robótica que nunca, pero sigue habiendo algo muy profundamente humano dentro suyo, algo que no pueden borrar.
Iralene le teme a Hastings. Aprieta su agarre en el brazo de Perdiz y se mueve para estar apenas detrás de él.
-¿Qué pasó? –Perdiz se refiere a la pierna de Hastings. La última vez que lo vio, le dijo que encontrara a Il Capitano ¿Lo llevó eso a su pérdida? ¿Es Perdiz el culpable? No le sorprendería.
-Un incidente. -Hastings ha sido cerrado. Sólo puede dar respuestas cortas—del tipo menos relevante. Se rebeló y lo recodificaron.
-Siento eso. –Dice Perdiz.
Hastings asiente. Siguen siendo viejos amigos. Algo de lealtad permanece.
-Hastings. –Dice Beckley. –Necesitamos que seas nuestros ojos y oídos. –Está completamente intervenido. –Te prepararemos la comunicación para que podamos hablar directamente con quien esté al mando allí abajo.
-Il Capitano y Bradwell. –Dice Perdiz.
-Te daremos un portátil que transmitirá nuestras voces desde aquí. –Explica Beckley.
Hastings inspira profundamente. Sus inmensos hombros se alzan y caen.
-Beckley te trajo porque eres en quien confiarían allí afuera, pero realmente eres en quien yo confío, Hastings. –Dice Perdiz. –Tenemos un pasado.
-No tienes que jugar con tus viejas ataduras. –Dice Iralene suavemente, reconociendo algo en Hastings. –Está programado para obedecerte.
-Ella tiene razón. –Dice Beckley. -Foresteed dobló su codificación de comportamiento. Nunca se rebelará de nuevo.
-¡Quiero que tenga una opción! –Dice Perdiz. -¡Mierda! ¡Quiero que la gente se decida por sí misma!
Beckley camina hacia Hastings. -¿Puedes decidir por ti mismo, Hastings?
Hastings mira a Perdiz y después a Iralene. Sacude la cabeza. -No, señor.
-Debemos sacarlo rápido. –Dice Beckley. –Si tenemos alguna esperanza de negociar.
-Bueno, Hastings, vamos, afuera. Encuentra a Bradwell o Il Capitano. Pressia llegará pronto. –Dice Perdiz, esperando que sea verdad. –Cuando los encuentres, estaremos listos para hablar. Todavía podemos voltear esto.
Beckley camina hacia el pasillo y elige a dos guardias para escoltar a Hastings fuera de la Cúpula.
Antes de irse, Hastings echa un vistazo por sobre su hombro. Mira a Perdiz—es todo lo que tiene, innegable humanidad en sus ojos. La mirada es ambas, acusadora y llena de sufrimiento. Filosa y rápida y le manda un shock a Perdiz. Es como si Hastings conociera el futuro, y es peor de lo que Perdiz jamás podría imaginar. Pero antes de poder decir algo—¿Y qué diría?—Hastings sale del cuarto, medio con pesadez, medio rengueando.
Lo recuerda hablándole a una chica en el último baile al que fue, en el que Perdiz bailó con Lyda ¿Cómo terminaron aquí—cada uno roto de una nueva forma que nunca hubieran podido predecir?
-Hay algo más. –Le dice Beckley a Perdiz cuando vuelve a entrar al cuarto. –Cygnus decidió que era mejor si tú y Lyda eran separados. –Mete la mano en el bolsillo de la campera de su uniforme y saca dos atados—montones de papeles doblados, cada uno atado con un cordel. -Cartas—tuyas para Lyda y de ella para ti.
PRESSIA
SAGRADO
Pressia y Lyda están corriendo por las calles de la Cúpula hacia el cuarto de Guerra. Sus lanzas están en sus cinturones.  Pressia tomó una pequeña y filosa, de sólo 15 centímetros y fácil de esconder. Lyda tiene puesta su armadura. Todos están tan golpeados por el pánico, tan sorprendidos y enojados y esperanzados y perdidos, que ni siquiera lo notan. La ventana de una tienda ha sido quebrada, y hay gente en la calle peleando por linternas y baterías. Otro grupo bloqueó un camión oficial de la Cúpula y está saqueando máscaras de gas, mantas, agua embotellada. Pressia recuerda las historias que su abuelo le contaba sobre qué pasó justo después de las Detonaciones—peleas en mini-marts y supertiendas tumbadas. Los posters anunciando el compromiso de Iralene y Perdiz, pegados en las vidrieras, han sido pintarrajeados, sus caras tachadas, MUERAN, escrito en tinta espesa sobre sus cabezas, por sus narices y cráneos.
-Es el chivo. –Dice Lyda. -¡Perdiz es el chivo!
-¿A qué te refieres?
-El chivo expiatorio ¡Van a culparlo por todo!
Pressia está asustada. Esta gente quiere sangre. Conoce esa mirada en sus ojos. Le recuerda a los sobrevivientes que tomaron las calles durante las Muerterías. La gente sólo puede sufrir por tanto tiempo antes de que alguien deba pagar.
Ella y Lyda cruzan la calle para evitar a los Puros, que están alborotando en sus sobretodos y monos y vagando en sus mocasines de suelas finas, dirigiéndose a una nube de humo. Éste se alza de una multitud frente a una iglesia adelante, agitándose y agitándose sin dónde ir.
-Está empezando a oler como en casa. –Dice Lyda. –No sólo a humo pero a desesperación.
Se cubren las bocas y narices con sus mangas y siguen.
Cuando pasan la iglesia, Pressia ve que el gentío está quemando una efigie—un traje relleno con un rostro chisporroteante. -¡Per-diz! ¡Per-diz! ¡Per-diz! –Gritan. Pressia apenas puede respirar. Perdió la fe en su hermano ¿Pero quemar una efigie?
Mira a Lyda, que está impactada. Pressia se la lleva lejos de la multitud. –Simplemente mantén la cabeza gacha. –Dice Pressia. –Sigue caminando.
Lyda se tambalea un poco pero continúan.
Cuando giran en la última esquina, Pressia choca contra un guardia. Él la agarra por el brazo. -¿A dónde demonios van?
Una mujer está parada cerca. Ve la cabeza de muñeca antes que el guardia y suelta un alarido.
-¡Ya están aquí! –Grita. -¡Miserable! –La mujer sube más la voz. -¡Miserable!
El guardia ve la cabeza de muñeca y se cae de espaldas, tanteando desesperado por el rifle en su espalda. -¡Detente! –Grita a través del humo cada vez más grueso. -¡Detente ahora!
Pero siguen corriendo tan rápido como pueden. Los Puros a su alrededor también lo hacen mientras gritan. Hay un disparo ¿Fue del guardia gritándoles a través del humo? ¿De alguien más?
Lyda empuja a Pressia dentro del edificio, y corren por una recepción ancha y aireada con paredes espejadas y un hermoso marco dorado. Otro guardia grita. -¡Por aquí! –Corren hacia un único elevador y entran.
El guardia golpea un botón. –Ha estado esperando.
-¿A cuál de nosotras? –Pregunta Lyda.
El guardia se encoge de hombros como si ni siquiera supiera realmente quiénes son, y ahora Pressia puede decir que es joven—más que ella. -¿Piensas que debería quedarme? –Pregunta él en voz baja. –Estoy preocupado por mis hermanas ¿Debería irme? Se está poniendo feo ¿o no?
-¿Estás relacionado con las chicas Flynn? -Dice Lyda. -¿Fuiste a la academia de chicos?
-Aria y Suzette. –Dice él. –Mis padres no están. No lograron superar bien... –Baja la voz. –El discurso. Lo hicieron de una buena forma—realmente bien planeado. Sin sangre, y lo arreglaron para que sea la sirvienta la que los encontrara, no nosotros. Eran buenos padres. –El chico tiembla.
-Por supuesto que eran buenos padres. –Dice Pressia. –Estoy segura de que te amaban mucho. Estarían orgullosos de ti ahora, pensando en tus hermanas. –Ella sabe qué es lo que siempre quiso escuchar de su madre y padre—
Te amo. Estoy orgulloso de ti. Se aferra a la idea de ellos cuidándola por tanto tiempo… no podría imaginarse que se hubieran suicidado.
Lyda se estira y toma la manga del chico. –Deberías ir. Este es el momento para que la gente hable sobre amor. Podría no quedar mucho tiempo.
Pressia piensa en Bradwell. No puede evitarlo. Amor. Allí está. Siempre lo amará ¿Tendrán más tiempo juntos?
El ascensor se balancea y para. Pressia nunca se acostumbrará a ellos. La puerta se abre y las chicas salen.
-¡Por aquí! –Las llama otro guardia por el corredor.
-Siento lo de tus padres. –Dice Pressia girándose hacia el chico en el elevador.
Se le humedecen los ojos. –Nunca nadie dice algo como eso aquí. Nadie habla sobre ellos ya. Es como si hubieran desaparecido.
-No se fueron. –Dice Pressia.
El guardia agacha la cabeza y las puertas se cierran con un desliz. Pressia sabe que probablemente nunca lo verá de nuevo. Así es como todo se siente ahora—una primera vez y una última, todo al mismo tiempo.
Lyda corre por el pasillo. Pressia la sigue. Cuando pasan una serie de puertas, Lyda se agacha en un pasillo y presiona la espalda contra la pared.
-¿Qué estás haciendo? –Pregunta Pressia.
Lyda se toma las costillas con un brazo. –Sólo necesito un momento. Sigue.
-¿Segura?
Ella asiente.
Pressia continúa. Una puerta se abre adelante. Perdiz da un paso hacia el pasillo. Pressia recuerda la primera vez que lo conoció—cómo, con su bufanda desatada, sabía que era el Puro del que había escuchado, el Puro de cabello corto y piel perfecta librado de la Cúpula. Él se estira—¿Para sacudirle la mano? ¿Va a ser formal? –Te salvé la vida antes de siquiera saber quién eras. –Dice ella. No acepta el apretón.
Perdiz se mete la mano en los bolsillos. –Es verdad. –Dice. –Unos groupies estaban a punto de matarme.
-Aunque no lo habrían hecho ¿O no? En ese entonces estábamos siendo reunidos, y ahora pasa lo mismo. –Dice ella.
-Tal vez es verdad.
-Tengo el presentimiento de que va a ser distinto esta vez.
-Estamos mucho más metidos. –Dice Perdiz. –Tan profundo como es posible ¿Qué hiciste aquí, Perdiz? ¿En quién te convertiste?
-¿Qué hay de ti? Te volviste sobre mí. Te diste por vencida conmigo.
-No, tú te rendiste con nosotros. –Dice Pressia.
-Debes cancelar el ataque. –Dice Perdiz con frialdad. –Estamos localizando a Bradwell e Il Capitano y estableciendo comunicación. Dialogaremos—de verdad—por primera vez en la historia de la Cúpula.
-¿Y en este diálogo tú me dices qué hacer? ¿Es eso un diálogo?
Perdiz mira el pasillo y Pressia sabe por el cambio en su mirada que Lyda apareció. Y entonces él dice su nombre. -Lyda. Lyda Mertz. –Empieza a caminar hacia ella, y después a correr. Lyda se queda completamente quieta. Pressia no sabe si lo aceptará o no ¿Todavía lo ama realmente, o tiene que saber si él la amó en algún momento—amarla de verdad? En el último segundo, él desacelera. Ella dice algo que Pressia no puede escuchar y él le responde. Se estira y le toca la mejilla con la parte trasera de los dedos. Ella lo abraza entonces, susurrándole algo.
Pressia escucha un ruido detrás de ella y se gira. Hay una mujer. Está mirando a Perdiz y Lyda, aspira de forma cortada y suspira temblorosamente.
-Iralene. –Dice Pressia, reconociéndola como la novia en la boda.
Iralene asiente. –Tengo algo que cambiará tu forma de pensar. –Y mira al pasillo. Pressia sigue su mirada hacia Perdiz, quien ahora sostiene el rostro de Lyda con ambas manos, hablándole con palabras apuradas. –Era un regalo de boda.
-Iralene. –Dice Pressia nuevamente. -¿Estás bien?
Iralene agarra el marco de la puerta. –Es el paraíso. –Dice y le sonríe a Pressia mientras le resbalan lágrimas por los cachetes. –Hice que hicieran el paraíso. Aquí. Justo aquí. Porque es el lugar más seguro del mundo. Aquí. –Dice. –Déjame mostrarte el paraíso.
Cuando da un paso hacia el pasillo, su tobillo se tuerce y se tambalea por un momento sobre sus talones. Susurra en una voz tan baja que Pressia apenas puede escucharla. –Ven conmigo. Quiero mostrarte por qué deberías decirles que se detengan. Esto cambiará todo. Hará que se sienta bien. Ya verás.
Iralene camina unos metros por el corredor. Perdiz y Lyda notan su presencia ahora. Levantan la vista, tomándose de las manos, justo cuando Iralene abre una puerta, y repentinamente, la ilumina una brillante ola de luz. Es como si el cuarto contuviera al sol en sí mismo. -Pressia, -Dice. –Eres de la familia. La familia es sagrada ¿Qué es el hogar sin la familia?
IL CAPITANO
OJOS
La multitud está en silencio. Camina callada. Il Capitano ve sus rostros—el plástico y vidrio relucientes, las quemaduras brillantes, y las ásperas y nudosas cicatrices. Sus mandíbulas están fijas con nefasta determinación. Se tambalean y arrastran los pies y cojean. Algunos están fusionados juntos pero igual dan zancadas. Sin pistolas, sin rifles, sin cuchillos. Adelante están las Fuerzas Especiales—sus cuerpos se ven sobre trabajados, demasiado pesados con sus armas y rígidas fusiones. Algunos están encorvados y sus extremidades parecen desparejas. Se paran a intervalos de seis metros, anillando el perímetro de la Cúpula. A pesar de verse casi discapacitados, están preparados para abrir fuego.
Il Capitano no puede mantener el ritmo. Cada paso le manda una serie de dolores por el cuerpo. Y aun así, siente un raro surgimiento de fuerza. La Cúpula se hace más y más grande. El viento es frío y cortante. Y, por alguna razón, es todo hermoso.
Los velos de ceniza alzándose.
El diáfano cielo oscuro.
El sol, una mancha de luz.
Y entonces todos se detienen. Voces empiezan a susurrar y sisear ¿Anda algo mal? Il Capitano se abre camino a través de la multitud a empujones, su cuerpo grita de dolor. -¡Bradwell! –Grita. -¡Bradwell! –Llega al frente y ve a Hastings emerger desde detrás de la fila de Fuerzas Especiales protegiendo a la Cúpula.
Bradwell da un paso hacia delante para encontrarse con Hastings, quien corre a zancadas cuesta abajo, con un rengueo apenas notable en su andar.
-Hastings está comprometido. –Dice Bradwell. –Ven lo que ve y escuchan lo que escucha.
Pero ahora que Il Capitano ve la cara de Hastings claramente, sabe que hay algo mal. –Hastings. –Il Capitano dice. -¿Qué te hicieron? –Puede decir que, a pesar de la profunda emoción en sus ojos, ha pasado por más codificación. –Te reprogramaron ¿o no?
Hastings asiente.
-¿Peor que antes?

Hastings vuelve a asentir.
-¡Perdiz! –Grita Il Capitano. -¿Qué le hiciste? ¡Dios santo! Es amigo tuyo.
Hastings dice. -Perdiz y Pressia van a hablar pronto. Por favor, espere.
Bradwell mira a Il Capitano. -¿Están listos?
-¿Listos para qué? –Dice Il Capitano.
-Lo que sigue.
-¿Qué sigue? -Pregunta Helmud.

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